(Introducción al Diplomado de
Actuación para Cámaras y Dirección de Actores. Estudios Takeshima Cali Octubre
2014)
Mi
generación vio cine desde siempre. No me refiero a los mensajes audiovisuales
de la televisión. Hablo de las películas de largometraje. Y en dobletes, además. Hoy, escucho a los
profesores de bachillerato quejarse de que los chicos no aguantan más allá de
15 minutos de cine y quedo en stop motion.
Quizás nosotros éramos más contemplativos. Pre-modernos, al fin.
Entonces la televisión apenas despuntaba como industria y el invento del
Control remoto nos sorprendería cuando ya no nos interesaba mucho. O ya
estábamos intoxicados de cine. La cinefilia no tenía reversa.
Peter
Greenaway ha dicho que el cine murió el 31 de septiembre de 1983 (fecha oficial del
lanzamiento comercial del control remoto). Ese día, el cerebro del ser humano
se partió en pedazos y viajó a la post-modernidad. Pasó de la totalidad a la
fragmentación. De la Unidad a la sopa de
letras. No quiero decir con esto que seamos mejores. Lo terrible para nosotros,
es que corremos el riesgo de ir atrasados con respecto a las nuevas miradas, al
discurso crossover.
Nos
tocó hacer cursos acelerados de filminutos, de multimedia y de IPhone. Pero la
paradoja del asunto (y es ahí cuando la serpiente se muerde la cola) es que el cine inició así: con filminutos de
una calle cualquiera, con 59 segundos de gente abandonando una fábrica. Antes
de eso, en la prehistoria, Tomas Alva había filmado un estornudo de 20
segundos. Toda una conquista épica del siglo XIX. “El
hombre imaginario” del que habló Edgar Morin en un clásico texto se ha
transmutado en muchos hombres imaginarios. Múltiples miradas. Combinaciones
insólitas de géneros, soportes y exhibiciones.
Sin
embargo, frente a este panorama que apenas inicia con Youtube y que no sabemos
a dónde nos va a llevar, el cine clásico sigue siendo un bálsamo. Puede un chico de bachillerato soportar “El
Pequeño gran Hombre” con casi tres horas de duración donde Dustin
Hoffman atraviesa un siglo de existencia y arranca con 20 años de edad para
llegar a 120? Donde el General Custer muere loco soñando con el exterminio de
los aborígenes mientras éstos lo
atraviesan, a él y a sus hombres, a flecha limpia?
Hoy vemos, en reestreno personal, a “Vértigo”
y descubrimos nuevas cosas, nos descubrimos a nosotros mismos, nos delatamos en
la barriga (que cada vez se parece más a la de Hitchcock).
Y que
tiene que ver esto lo que hoy nos convoca? Que tiene que ver con la narración?
Todo. Para ilustrarla una pequeña anécdota:
En un
Festival de Cine, Terry Gilliam abordó el eterno tema del
cine de poesía y el cine de prosa. Dijo que siempre le increpaban que el cine
se había vuelto monótono y monotemático queriéndose parecer a la literatura y a
la cuentería. Con una sonrisa macabra,
propuso:
- Ok , viajemos en el tiempo . Quienes me acompañan? Nos llevamos unos expertos mercenarios , de
esos hacen “operaciones limpias”. Nuestra misión es matar a Chaplin , Griffith, Mack Sennett y demás cultores del cine narrativo. Luego secuestramos a Monet, Picasso y a Dalí y los obligamos, fusil en
mano, a que hagan películas a su manera. A que realicen pintura en movimiento.
Al
sonreír, como sonríe Gilliam, daba a entender que inevitablemente el cine
llegaría a narrar en imágenes. A contar una historia y a robar. A robar a todo
el mundo, porque es el arte saqueador por excelencia. De esos asaltos es que
hablaremos en esta primera parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario